La luz de la aurora


Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima  de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara  y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 13-16)

En el mundo material el sol es la luz. Sin esta luz no se distingue el color, ni se percibe la belleza de las cosas. El Santo Padre nos recuerda en su mensaje que cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando sólo con impaciencia la llegada de la luz de la aurora.

   Es este un profundo misterio que san Pablo también recoge en la segunda carta a los Corintios (4,6): la luz de Dios brilla en la faz de Cristo y de ella se irradia al corazón de los apóstoles, y por los apóstoles al mundo. Como Cristo es la luz del Padre, los apóstoles son la luz de Cristo.
Mons. José Ángel Sáiz Meneses